/los pajaritos cantan, las nubes se levantan.

Antes de comenzar, este predicador quiere aclarar que no tiene nada en contra de ninguna nación, semita o no semita, pero que le rompen soberanamente las pelotas los gobiernos que se meten a los tiros en países ajenos con el cuento de proteger a un pueblo al que están condenando y dicho esto, pongámonos nuestros vestiditos floreados, agarremos nuestras canastitas y entremos en este picnic de actualidad recibiendo a Ricardo Rigui, que es uno al que se le murió el hijo en el incendio de Cromagnon y ahora se quiere sacar la culpa incendiando la provincia de Córdoba. Escondamos los fósforos, despachemos al amigo Ricardo y hablando de problemas psiquiátricos recibamos a los diputados riojanos Gustavo Minuzzi y Teresita Luna, que son dos que miraron sin anteojos el eclipse del otro día y ahora quieren prohibir los futuros suicidios sacándole la publicidad oficial a los diarios provinciales. Les regalamos una plantita de tomate, para que se vayan acostumbrando a la granja de rehabilitación en la que los van a meter cuando se les termine el mandato, y metiendo la cabeza en un agujero como el avestruz recibimos al ex ministro de economía, don Tito Lavagna, quien nos dice que el proyecto para que las industrias generen su propia electricidad es inflacionario y marica. Démosle la razón al Tito, porque el electorado argentino puede llegar a elegir presidente al avioncito Jey Jey, escondamos a las ratitas amaestradas que compramos para que muevan el dinamo de la bici del asistente Pirincho y, truncadas nuestras esperanzas de convertir al templo en un edificio inteligente sin gastar ni un guita, despidamos al Tito y poniéndonos una flor en el ojal saludemos al excelentísimo señor presidente, don huracán K, que se fue a tocar la campanita en Wall Street para anunciar que la Argentina volvió al mundo mientras su ministro estrella, Vaca Mala De Vido, engatusaba a los empresarios norteamericanos diciéndoles que invertir en la Argentina es seguro, al menos, mientras no venga un trasnochado y ponga de ministro de economía a Cavallo o a Remes Lenicov. Ahora, y mientras los habitantes de la ciudad de Buenos Aires siguen tratando de entender de que hablan los afiches del intendente Telerman, nos comemos el último sanguche de paleta y fiambrín y le decimos al genocida Etchecolats que para la apelación se consiga un abogado que sepa leer, porque él nos es un prisionero: es un criminal de guerra.