_el barro de la civilización.

Como ya teníamos el alma llena de costras después de tantos años andando entre la mersa, nos convertimos al hinduismo y nos fuimos hasta el río Ganges, nos pegamos una enjuagada purificadora con un montón de gente de lo más simpática y entonces sí, con el alma tan limpia que se podría comer en ella, iniciamos una nueva temporada de inspecciones decididos a encontrar una nación civilizada en la que se puedan hacer lindos negocios sin ensuciarse mucho las manos. El primer sitio que elegimos fue Iraq. Estacionamos nuestro trineo estelar en Bagdad con la idea de aprovechar la visita para decirle al primer ministro, Nuri al Maliki, que debería dejar de hacerse el pesado con Hussein, ahora que total está muerto, porque cuando no lo necesiten más es probable que no se tomen ni la molestia de hacer bien el nudo y tenga que enfrentar a la muerte como los chanchos, pataleando y a los gritos, pero enseguida nos enteramos de que los muchachos se entusiasmaron con la idea de reemplazar al finado al-Zarkawi en la vanguardia del cine snuff y, como ya estaban listos para hacer sonar a otros dos con la soguita, pusimos cara de andar buscando un kiosco, pasamos de largo, y siempre a la espera de que suban el video a la Internet o publiquen el DVD recopilatorio “La democracia no es para los maricones”, nos fuimos hasta Gaza a ver el desfile de topadoras pero llegamos cuando ya había terminado y, los palestinos que quedaron, aprovechaban para demostrar su naturaleza independiente matándose entre ellos sin esperar que los vinieran a matar los israelíes. Siempre esquivando los tiros ganamos las aguas, descartamos una visita a España porque ya se jodió hasta lo de la ETA, y nos fuimos al Brasil a ver si le vendíamos a los amigos de Lula un número de la revista Aló Chicas en el que aparece Fernando Enrique Cardozo pero vestido de maestra jardinera. Lamentablemente, nos encontramos con que se había desatado una guerra de narcos y el gobierno, enterado de que existen lugares llamados fabelas, había decidido mandar al ejercito a investigar y nosotros, que ya teníamos una idea de lo que van a encontrar, remontamos vuelo nuevamente y nos fuimos a la Unión, donde los nuevos legisladores estaban deliberando, a ver si le devolvían el Capitolio al pueblo o lo seguían usando ellos, y llegamos a la conclusión de que la única opción que nos quedaba era irnos hasta el boliche de la ONU en Nueva York y decirle a Ban Ki-moon que le convendría ir cortándola con lo de los puentes y servir palitos y papitas, a ver si los poderosos deciden acercarse a comer de arriba y entonces darles vermú, a ver si mamados le prestan atención.